Tumbada en la cama lucha contra su yo interior por no
coger el teléfono y llamarle. Se pregunta si él pensó en ella una sola vez en
todo el día. Suspira. Le
gustaría decirle que tiene una botella de whisky y un montón de besos y abrazos
solo para él, y que a él le sobraran los minutos y segundos para ir a aquella
cama. Cierra los ojos un instante y los
recuerdos inunden su mente dibujándose en su cara una sonrisa.
No sabe cómo hará para guardarse las ganas, la próxima
vez que le vea, de tirarse a sus brazos, de hundirse en su mirada, de recordar
el sabor de sus labios, de recorrerle la espalda de arriba a abajo... Por eso pretendía hacer cada segundo a su lado eterno. Ahora solo puede enfadarse con el
tiempo por no haberse quedado congelado en el instante en el que sus dos
cuerpos permanecían entrelazados…
Así llevaba todo el día, torturándose pensando en él y
tratando de ahogar sus penas en el fondo de la botella. Y entonces, entre todo
ese amargo sabor, es cuando se dio cuenta de que se había enganchado a él, y que
pocas botellas de whisky podrían desengancharla…